miércoles, 14 de diciembre de 2011

Y pintada hasta las pestañas sale de su casa dejando a su paso la fragancia de su existencia. Un olor a tabaco y a cerezas. Con sus diez centímetros de más sonando en sus talones, con sus piernas afeitadas hasta el ombligo, con sus uñas plásticas teñidas de rojo besos, con las orejas como coladores, con las rodillas dadas de sí, con el corazón triturado y lavado en lavadora. Vestida con un trapo de color negro desgastado hasta el borde de sus bragas, bragas olor placer y orgasmos. 

Embutida en su inseguridad escondida entre sus pulmones. Taponando su verdad en los poros de su piel enjaulando pensamientos con un polvo color perfección. Pulsa el botón del ascensor mientras se coloca el flequillo, cambiando de pierna en la que apoyar su peso. Da un paso al frente y entra. Pulsa con desgana el botón del bajo. Mientras desciende saca de su bolso con ansia el paquete de Marlboro. Saca de su escote su mechero. Ese que hace 3 años le robó a su primer cliente. Un mechero rojo, con el símbolo del Capitán América, aunque eso ella, no lo sabía. 

Se saca el anteúltimo cigarro del paquete y se lo enciende. Para entonces ya está fuera del ascensor y empuja con el antebrazo la puerta del portal. Hace viento. Pero no se preocupa. Su vestido es tan ajustado que no se preocupa. Aspira fuertemente el tóxico aire del tabaco. Y lo echa con fuerza por la nariz. Llega a la parada de tren y aplasta el cigarrillo, ya casi consumido, con la plataforma de su zapato.  Baja a todo correr con total habilidad las escaleras y mientras, saca dos monedas de su cartera. Las mete a la máquina y saca el primer billete que le alcance. 

Pasa al andén. Sube en el tren y se queda de pie. El vagón está vacío pero se queda de pie. Espera a que salga del andén y entonces empieza a caminar. Camina de vagón a vagón. Más de uno la ve pasar. Un niño la señala curioso. Los señores la siguen con la mirada a través de su vagón. Pero ella no para. Hasta llegar al último. Cuenta hasta 20 y vuelve a caminar en el sentido contrario. Cuando termina, se baja en la parada en la que se encuentra. Camina mirando al suelo, no sabe dónde está, pero le da igual. Se cruza con muchos hombres pero le da lo mismo, esta noche se reservará hasta que aguante. Tiene suficiente dinero para cenar. Bueno, en un McDonald’s al menos. 

Las horas pasan. Y el frío hace que sus pulmones se evaporen haciendo exhalar vaho de la boca. A lo lejos en una callejuela ve una taberna. No quiere recordar su nombre así que ni lo lee. Ve desde fuera que está medio vacía, tan solo alcanza a ver a cuatro hombres sentados mirándose a la cara o mirando el periódico. Las botellas en los estantes brillan en un color amarillo oscuro y frente a la barra hay tres taburetes con un acolchado desgastado y roto de piel negra. Se sienta en la del centro y se enciende su último cigarro. Entonces pide una cerveza. El tabernero se sorprende al verla. Pero no se sorprende cuando un par de horas después le pide que le dé una comida caliente a cambio de abrirle las piernas. 



Porque ella, a la mañana siguiente, seguirá siendo puta y las botellas seguirán brillando en un color amarillo oscuro.

4 comentarios:

Lucia's Box dijo...

Muy duro,impresiona mucho,me gusta,sin rodeos,directo,como han de ser las cosas.

Cómo contestación a tu comentario,sé que es solo un pensamiento,pero sé distinguirlo de la realidad,y siempre he creído que viene bien tener algún tipo de aspiración,sueño,esperanza o como lo quieras llamar.

Yo también soy fan de Sum.DIOSES.JAJAJAJA

Javier Copado dijo...

Buff... vaya texto.
Resaltar matices en rojo empezando por "rojo besos" es un detalle curioso e interesante.

Anónimo dijo...

Cromatismo a tope, querida, es lo que hace falta en el mundo. Y el rojo es un color muy fuerte.
Y me encanta.
Muchas gracias, un abrazo y... nos leemos <3

Ricardo Miñana dijo...

Encantador espacio el tuyo guapa,
que estas fechas tan señaladas
tengas una ¡feliz Navidad!.
un abrazo.