Todos estamos
cansados de la misma canción. Todos conocemos más que de sobra cuál es el
problema, cuáles son nuestras razones y qué reivindicamos. Sí, lo digo sentada
frente a un ordenador, como alguien cobarde, alguien que se queda en casa
teniendo claro cuáles son sus derechos y qué es lo que quiere para su futuro y
el de los que quiere. Pero es que ya no sé qué hacer.
Suena a típica frase de adolescente desvelada,
pero es así. Como ya he podido decir en diversas ocasiones en este blog,
desde hace muchos años nos han vendido la palabra como la más fuerte arma, como
la herramienta del que defiende y lucha por algo, pero ahora la palabra
ha perdido su valor. Esta se manipula, se esconde, se disfraza e incluso
se atreven a censurarla. Como se me demostró hace unos días cuando tuvo lugar
la entrevista del Presidente con una periodista de la cadena neoyorquina “Bloomberg”
y dicha entrevista trató de ser censurada aquí en España con intención de
evitar el ridículo y la polémica inminentes – he de suponer – debido a las
declaraciones respecto a los temas más sonados por aquí – que no voy a
mencionar porque están hasta en la sopa.
He aquí lo que os expongo, no como una
auto-justificación, ni mucho menos, sino como un problema. Y es que yo tengo
muy claras mis ideas respecto a temas concretos, ya sea el aborto, la economía,
los derechos mínimos o las libertades. Siempre antepongo mi ignorancia ante
estos – casi obligada – debido a la poca credibilidad que les doy a los medios
de comunicación, puede que por mi inmadurez o mi falta de experiencia a mis 18
años. Pero hoy tengo que decir que lo tengo claro porque sentir la necesidad de
manifestarte pero no hacerlo por miedo, me hace sentir prudente y a la vez
idiota e hipócrita.
Mi siguiente punto a aclarar es que cuando
alguien me expone sus ideas políticas yo no puedo más que asentir teniendo una
mínima base de lo que son los dos únicos partidos de mi país. Pero quiero que
quede claro, que tengo mis propias ideas y suelo tener una postura bastante
clara e inflexible seguramente debido a que siento lo que veo y leo cada día
más sinceramente de lo que debería.
Simplificándolo puedo decir que yo no creo en
la política. Sé que es necesaria, como un servicio más que una gobernación.
Quizá me equivoque, y me gustaría saberlo, si creo que el presidente no está
ahí para imponernos su modo de ver el mundo o el modo en el que él cree que
debe actuar, sino más bien para hacer un servicio al país utilizando como guía
la opinión y las intenciones del pueblo, cosa que, por lo que parece ahora no
se está haciendo.
Y ¿A dónde me lleva todo esto? Pues a mi
primer problema. Al pueblo no se le oye porque una de dos o está muy abajo o
los de arriba no cumplen como deben o se hacen los sordos – así como hicimos
algunos de nosotros con el tan sonado “relaxing cup of café con leche in Plaza
Mayor” –. Por lo tanto si al pueblo no se le oye, este grita. Pero ¿Qué pasa?
Que como los de arriba están sordos ellos gritan más fuerte – tal y como hacen
entre ellos haciendo parecer el congreso un jardín de infancia.
Y por tanto mi problema está, en resumidas
cuentas, en que yo hablo, yo escribo, relato, cuento y leo. Pero sé que a mi
nadie me va a escuchar y que por tanto no habré conseguido nada con esta torpe
lucha en palabras, al contrario de lo que muchos me hacen creer. Pero veo, oigo
y lloro por aquellos que luchan y lo hacen en las calles y no como yo en frente
de un teclado. Porque, aunque la educación vaya mal y cada vez seamos todos más
animales, todos sabemos que dos más dos son cuatro y que esos cuatro pueden
contra uno.
Ahora sabiendo esto, es cuando me planteo
seriamente si debo ir a una movilización en contra de la reforma de ley del
aborto que, llevada por Gallardón – el ministro de justicia –, va a convertir
de nuevo en delito penal lo que hasta ahora, haciendo mucho malabar, había
llegado a ser un “derecho”. Conozco mi derecho a manifestarme y mi libertad de
expresión que hasta ahora al menos tenía, pero me quedo en casa por temor.
Os dejo a la reflexión.
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