miércoles, 16 de abril de 2014

Dodecaedro

Antes mis manecillas rodaban en su eje, con respingos doce veces. Pero cayó en un túnel y con la velocidad a la que rodaba mi reloj se estrelló y veinte vértices crió. Con fuerza me golpearon y atravesaron mi vida. Uno en la cordura se clavó, otro en la sonrisa, en la rodilla en mi estómago uno bien fuerte.

Más no rodó y en mitad del camino parada me dejó. Las manecillas maniatadas a duras penas podían palpitar. La pendiente era demasiado empinada para llevar doce caras cuesta arriba. Por mucho que empujase ni mi reloj rodaba, ni las manecillas caminaban. “Rodará de nuevo, no te preocupes” dijisteis. Pero parado en seco de poco me podía servir.

El viento trajo consigo el cambio y las raquíticas manecillas se tornaron ilegibles y comenzó la erosión. De pronto, uno, dos, tres y  así hasta doce. Doce caras, doce nombres y los veinte vértices. Dodecaedro se tornó mi vida y así llegó el azar. Con el fluir de la arena, a golpes con los muros mi dodecaedro continúa hoy por hoy, a trompicones todos los días.

Cuando lanzo, dime, dime ¿tú a qué quieres jugar?




Un 16 de abril
2014

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