No sé de quién lo habré oído, no sé quién habrá podido
abrirme los ojos o, si por casualidad, fui capaz de hacerlo sola. Claro que no
somos iguales. Además de lo evidente, que tú tienes pene y yo tengo himen, ni
siquiera podemos ser iguales a todos los demás anatómicamente. A mi, por
ejemplo, me falta un músculo útil en el ojo derecho y a mi padre le sobran
narices.
Por supuesto que somos diferentes, hay quien es más pálido y
quien tiene la piel aceitunada, hay quien tiene ojos azules, verdes, o incluso
hay quien los tiene morados porque le apetece. No hay duda de que somos
diferentes pues cada uno tiene un modo de ver las cosas, un modo diferente de
mirar, un modo diferente de procesar. Y es que no hay un solo punto de vista
para algo, no hay una sola descripción de lo que es la amistad, el respeto o un
corazón roto.
Pero de lo que más segura estoy, sin duda, es que si hay
algo en lo que todos somos iguales, es en el valor. Valor, que no valentía. Y
creo que esto es algo que muchos, muchísimos, demasiados, deberían tener en
cuenta.
Nada, repito, nada te hace superior o inferior en su defecto
a otros. Nada. País, idioma, piel, ojos, bolsillo, móvil, coche, cacho de
tierra sobre el que puedes comer, beber y cagar… Vale, pues, ¿Si tengamos la
piel que tengamos, el número de orejas, el número de dedos que tengamos somos
equivalentes? ¿Por qué yo que soy mujer me siento menos que tú?
A lo que voy, equivalentes del mundo, ojalá pudiéramos vivir
al margen de cánones, etiquetas y todas esas fobias que tanto asco me dan. Pero
ante todo me gustaría poder aplicar mi teoría a la vida, poder miraros de igual
a igual, con o sin tacones, con o sin vestido, equivalentes.
equi - Elemento prefijo del latín "aequi", igual.
Un 17 de abril
2014
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