lunes, 16 de junio de 2014

Walkman

Cuando era pequeña jugaba con el de su prima. Enredaba y desenredaba una y otra vez los caprichosos cables de esos enormes auriculares y esperaba despierta hasta que ella se quedase dormida. Se quitaba las zapatillas a centímetros de la puerta de su cuarto esperando que la odiosa madera no crujiese bajo sus pies y giraba muy despacio el picaporte. Con cautela, calculando cada uno de sus pasos, haciendo lo menos obvia su torpeza, caminaba sobre la alfombra y llegaba hasta el borde de su cama. Cuando alcanzaba a ver la apolillada mesilla al otro lado, creyendo que atajaba, pasaba por debajo de la cama llenando su camisón de virutas de polvo. Estiraba su brazo a ras de suelo todavía y tiraba del cable para recogerlo desde abajo antes de que hiciese ningún ruido. Esperaba unos minutos justo antes de volver a arrastrarse bajo la cama y se levantaba de nuevo sobre la alfombra hasta llegar a ponerse sus zapatillas. Entonces, solo entonces, dejaba escapar un estornudo, el polvo le escocía en la nariz hasta que se rascaba.

La casa totalmente a oscuras ya, dejaba despertar a los ruidos que durante el día se dormían en las esquinas. Oía a los perros del vecino, a la gata en celo desde el piso de abajo, los grillos en el jardín, los ronquidos de su padre y su abuela, las ramas de la higuera con el viento y sus propios pasos que parecían más los de una vaca. Pero era tan feliz, al fin, tan tontamente feliz.

Debía bajar las escaleras, otro reto al sueño frágil de su madre. Volvía a quitarse las zapatillas. Esta vez, para poder llevar el chisme de su prima, las cogía como podía con la boca. Al ser de piedra, las escaleras estaban heladas ignorando por completo el asfixiante calor de esas noches. Cuando llegaba a la planta principal, caminaba con el mismo cuidado, si acaso más para no despertar a sus tías. El pasillo era un campo bombardeado de miles de adornos de porcelana y jarrones con flores resecas. Trampas para el polvo y las niñas patosas con insomnio. Ahora era el pelo el que le picaba en el cuello, sudor. 

Aquella noche en concreto pasó por la cocina, que todavía desprendía el olor a vinagreta y ajos quemados de la cena y alcanzó la linterna de encima de la encimera con la mano que le quedaba libre. Se dirigía a la sala, una habitación mucho más transitable sobre las alfombras y los cojines, cuando Sisi se le cruzó corriendo como un rayo con los ojos brillando como esmeraldas, sorprendida por la luz de la linterna quizá. Sobresaltada casi pegó un grito, pero decidió quedarse quieta en mitad de la estancia hasta que Sisi se largara. No hizo ningún ruido hasta llegar al pequeño patio. Abrió con cuidado la puerta sujetando como pudo la linterna, pero no pudo evitar el chirrío de siempre. Se aseguró de que la gata no la veía y cerró la puerta desde fuera con rapidez. 

Era noche cerrada todavía, pero hacía mucho calor a pesar de la humedad. Se acercó caminando con total normalidad ya al banco frente al parterre de su abuela y recogiéndose el camisón para no mancharlo, se sentó. Cogió los auriculares y apartándose el pelo de los hombros se los puso. Los enchufó con todo el mimo del mundo al aparato de su prima. Y entonces lo encendió. Dejó que su cuello se estirase y miró al cielo, a las estrellas. Agradeció en silencio que esa noche no fuese el disco azul. Era el disco naranja. En ese momento no sabía que fuese The Visitors lo que quería escuchar esa noche y no a Aqua. Solo sabía lo mucho que le gustaba mirar al cielo y sacudir los pies con esa preciosa voz y cómo se le acababa moviendo inconscientemente el cuello y los dedos al compás.

Su prima nunca se enteraba de que justo antes de irse a la cama ella, en su odisea, devolvía el walkman a su mesilla de origen. Walkman, así se llamaba ese chisme. Pero, eso ella tampoco lo sabía. 



Uda y ese CD.

Un 16 de junio
2014

No hay comentarios: