martes, 17 de junio de 2014

Yugular

Esa mañana se había despertado con voluntad suficiente como para no posponer la alarma y como para llegar hasta la cocina y limpiar la nectarina antes de pegarle un mordisco. Se había levantado con la convicción de que esa mañana trabajaría sin descanso hasta la hora de comer para poder ver una película y seguir trabajando después. Pero entonces, su mente despertó. A penas unos minutos después de salir de la ducha ya estaba pensando en coger un libro de la biblioteca. A penas quince minutos más tarde ya estaba calzada y abriendo la puerta de casa.

El pelo empapado le heló las orejas contra el viento y el sol todavía la cegaba. Llegó a la biblioteca, subió los escalones con cuidado y se empapó de ese hedor a libro nuevo. Miró la lista de novedades y pidió que le diesen el que quedara libre. Les entregó su tarjeta, sellaron el libro y volvió a casa con éste bajo el brazo. Desapareció de nuevo en su pijama y no tardó ni un segundo en apartar todo de encima de la cama. La abrió, bebió un largo trago de agua y se tomó un momento para mirar el libro.

Comenzó a leer y se dio cuenta de que cada cinco líneas se topaba con palabras fusil. Así que desganada se levantó de la cama para recoger su bloc del escritorio. Era un libro romántico que muchos calificarían como basura. Quizá su amor fue tanto una mierda, tan convencional y de novela barata, que no podía sentir más que afección. Se le apareció su madre con una referencia a Beauvoir: "Hija, la feminidad es necesaria si no quieres acabar sola como yo. Tienes que ser más... " Quizá, pensó diez años después, debió de hacerle caso, pero en lugar de eso dejó de escucharla.

Su mente viajó aun más atrás cuando anotó esa frase sobre los estornudos. Dudó. ¿Tenía tilde? qué triste había sido estudiar ciencias. Recordó los suyos, qué estornudos más estridentes tenía y esa tarde resonaban demasiado alto en las galerías. Pensó un poco más no sea que esos silencios hubiesen sido incómodos para él y totalmente ignorados debido a las millones de cosas que ella podía ver. Esa señora con las gafas de sol y el bañador amarillo, ese hombre comiéndose un helado que bien podía ser de limón o de vainilla, esa niña gritando con ese vestido morado y esas sandalias verde pistacho. Le encantó escucharla al menos en francés. Se preguntó qué querría, por qué gritaría. Por qué había sido tan detallista siempre. Por qué no era ella un poco más mejor, por qué escribía tan mal.

Recordó su primera noche juntos, como se sentía invasiva al mirarle cuando él no lo hacía, recordó sus versos en voz muy baja, casi imperceptible. Cerró el libro, se secó las lágrimas, se arañó el hombro. No tenía ganas de cocinar, se hizo unas tostadas. Y abrió de nuevo el libro cuando Marion relataba como elegía su perfecto y fantástico vestido de boda a la neoyorquina. Se preguntó por qué estaba perdiendo el tiempo de esa manera y se volvió a plantear el hecho de estar anotando tantas cosas. 

Entonces, recordó con esa mierda de novela cuando le vomitó en el vestido. Sus ojos vidriosos, su barba despeinada, sus manos temblorosas, sus reproches con acento de Whisky, su fuerza en la cara, sus gritos, sus amenazas de reality. Sonrió, seguramente valiéndose del sarcasmo, pero ahí estaba ella casi diez meses después. Era un sábado y ella iba a trabajar. Lo menos que podía hacer era terminar el libro. Empezó a llover, le costó seguir con los ojos abiertos en la oscuridad de la habitación. Qué dulce fue saber que a Marion la boda le fue bien, su tarta era fabulosa y su marido Phillipe era un excelente masajeador de pies. Muy revelador, tan triste.

Ese libro le saltó a la yugular. Con sus dientes afilados le arrancó de cuajo la aorta. Le arrancó por completo esos deseos de niña. Esos deseos de no tan niña. Esos deseos de esa mañana de no tener que resignarse a un vestido bonito, ni a un marido multiusos. De no tener que resignarse siquiera a un marido y poder tener un compañero. Un compañero, quizá con ronquidos desagradables, pero con amaneceres preciosos y que cocinase, al menos mejor que ella. Un compañero que esa mañana de sábado quizá con un beso le hubiese animado a despertarse y a cumplir con su deber. 

"Qué fácil eres de conformar hija, si solo fueses más femenina, solo un poco..." Anda cállate ya mamá.


Trop sensible.  Arrête!


 Un 17 de junio
2014 

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