sábado, 5 de julio de 2014

Su espiral deforme

Y aún sonreía con los labios rotos e hinchados. Al fin y al cabo ella sola se los mordía y se los destrozaba. Ese dolor le gustaba, no sabía por qué. Igual que le gustaba quitarse esas mugrientas gafas y caminar por aquel muelle sin ver nada más que las luces distorsionadas reflejándose en el mar. Prefería hacerlo sola, porque de ese modo nadie sabría que estaba ciega en verdad. En caso de que alguien la mirase solo vería unas pupilas un tanto desencajadas y eso solo si miraba demasiado. Caminaba, sobretodo en invierno, sobre el manto opaco gris hacia un faro diminuto que nunca le acaba de serenar. Puede que fuese por eso por lo que iba tantas veces, para ver si acaba convenciéndola rayando las nubes. Aunque más bien es posible que fuese a sentirse un poco más viva fuera de todo lo demás, tratando de demostrarse a sí misma que había más allá de la nada de su día a día. No soportaba tener las manos frías pero le encantaba esa sensación de calidez al llegar a casa. Esa espera placentera mientras perdían el encarnado.

Todo lo poético de su vida en este momento ya estaba totalmente dado de sí y exprimido hasta tal punto que ya parecía inexistente. Por momentos le parecía despreciable lo desesperada que se sentía. El vacío de aprecio era sutil, pero a menudo se le antojaba lancinante. Por eso no escatimaba a la hora de observar los detalles más minúsculos. Por eso trataba de mirar la vida como si ésta no le debiese nada, como si todas las sorpresas y todas las facilidades fuesen una especie de casualidad fortuita.

Se había dado cuenta de que su vida era un ciclo en el que se mantenían en estado latente muchas cosas y otras tantas estaban inmersas en un baile periódico que se repetía como la sucesión de Fibonacci en las alcachofas. Que era una constante decepción llena de variables. Había números, vivencias y sentimientos que se repetían en su vida sin poder evitarlo. Empezaba a creerse realmente que el ser humano se tropieza siempre con las mismas piedras y que ella estaba perdida sin remedio en una cantera.

El 3 era el primero, el que trajo seguramente todo lo demás. Sería esa forma redondeada y esa musicalidad monosílaba. Tres. Le seguía el 25, casualmente dos patos más adelante. Este es un número espinoso, como lo es el cinco a solas y como lo son los rosales que cuando llueve te calan y te impregnan con su olor. Veinticinco. Tenía que volver atrás para encontrar el siguiente, como lo hizo su integridad con el número 4. Ese número que parecía una silla le había servido de apoyo durante demasiado tiempo quizá, así que en cuanto aprendió a levantarse lo hizo sin pensar. Cuatro. Siete, nueve, catorce, veintidós, cuarenta y siete, ciento diecinueve. Buscando su número de oro.

Ente tanto número se ahogaba. Se ahogaba con momentos buenos, con momentos lacerantes y tan pronto encontraba la calma como ansiaba volver a leerlos en voz alta. Ansiaba volver a sentirse de nuevo reconfortada y últimamente era otro de los placeres que le negaba la realidad con la que convivía. El cuarto gato ya no estaba y pensó que nadie más querría oírla.

Pero, por otro lado, seguía viviendo plenamente a pesar de todo. Casi más que antes quizá. Desde que vio a John Krasinski sacar fotos mentales empezó a hacerlo ella también. Si él lo hacía con la corbata cortada, ella lo haría con las gafas torcidas y con el dedo deforme. Dejó de acumular trastos en esa apolillada caja y empezó a ponerle música a sus momentos. Empezó a bailar un poco más a menudo ahora que sabía que nadie la veía y que nadie la juzgaba. Solo hasta que pase la tormenta sabiendo y aceptando en descontento, que se sentía sola.    

Me destripo.




You always hurt the one you love, 
the one you shouldn't hurt at all.
You always take the sweetest rose
and crush it till the petals fall.
You always break the kindest heart
with a hasty word you can't recall.
So If I broke your heart last night
It's because I love you most of all.

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