Darse cuenta de que juntos serían el uno con la una y la una con el uno. No serían uno, como muchos dicen, serían un equipo. Un equipo inseparable y eficiente. Una pareja de manías singulares, de bailes espontáneos hacia la ducha, de películas los sábados por la mañana, de paseos al anochecer, de comer dos días lo mismo, de sentarse a la vez para leer, de cantar muy mal a coro, de expertos creadores de situaciones incómodas y de besos en la nariz.
Sabían que sus rutinas cambiarían con los años, que los paseos acabarían o que se aburrirían de los besos en la nariz, pero en el fondo también sabían que empezarían a gustarles los sillones de orejas entonces. Nadie se lo aseguraba, quizá solo fuese intuición y fuese a acabar todo un poco antes pero, de momento ahí estaban cantando a Guy Mitchell como si les fuese la vida en ello. La escoba de la vecina. Así que abren la puerta con lo puesto, cogen la correa y los tres caminan.
Sabían que sus rutinas cambiarían con los años, que los paseos acabarían o que se aburrirían de los besos en la nariz, pero en el fondo también sabían que empezarían a gustarles los sillones de orejas entonces. Nadie se lo aseguraba, quizá solo fuese intuición y fuese a acabar todo un poco antes pero, de momento ahí estaban cantando a Guy Mitchell como si les fuese la vida en ello. La escoba de la vecina. Así que abren la puerta con lo puesto, cogen la correa y los tres caminan.
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