miércoles, 3 de septiembre de 2014

Ella y Silvio

Cada vez soy más como ella y más como yo al mismo tiempo. Cada vez pienso más como ella y ya hasta los ojos se me están aclarando. Pienso en sus canciones, en sus manías y en sus manos desenredando mi pelo. Me acuerdo del traqueteo del tren cuando perdí mi cuento y lo que lloré hasta que me compró un helado. Las navidades en casa, nuestras navidades con ese casette y ese arco iris en nuestro belén sin reyes magos. Me acuerdo de sus guitarras en la cuna, sí ya en la cuna. Jarabes edulcorados, cafés insípidos, la infante, el último de la fila, the doors y a Silvio en el coche.

Me gustaba verla bailar mientras cocinaba, verla camuflar la soledad que ahora sé que siente. Oírla cantar me sigue encantando, ojalá hubiese heredado eso de ella y no de mi abuelo, como puede parecer. Me gusta ver las preciosas olas de las playas en invierno, con bufanda, guantes y chubasqueros, las dos en silencio, escudriñando en su cara por si pudiese leerle el pensamiento, ese pensamiento que todavía cree que no puede compartir con una cría, su cría.

Me gustaban las tardes de película sorpresa, mis cenas de desayuno con ella a las que tan bien me he acostumbrado, cómo me escondí con ese niño rubio tras la manta de cuadros rojos de su atenta mirada. Cuando me venía a recoger al colegio con medio kilo de fruta, con mis patines también vino alguna vez, con esos con los que me caí de morros, sí.

Me gustaba su concepto de soledad aunque ahora me guste un poco menos. Y es que ahora podría decirse que hasta me duele. No poder darle la mano porque creo que no será suficiente, no poder esconderme ya tras esa falda verde, ni buscar entre sus pestañas, saber que quiere vivir en el campo ella sola cuando yo me vaya y es que según como se mire todo depende. Ella ya lo sabe y es que no puedo sentir más que orgullo de llamarme su hija, de llevar en mi pecho todas estas canciones y esos ojos verdes que tanto me gustan -que bajo su flequillo de plata se ven todavía más bonitos aunque ella no me crea-, de haber aprendido a querer porque bailar se me daba mal, de haber aprendido a admirar y de haberme aprendido esa canción de Marvin Gaye gracias a ella.

Hoy todavía estoy a tiempo de devolverle todo lo que me ha dado ella hasta ahora, hacer que a ella se le oscurezca un poco la mirada también, abrazarla mucho y por último y no menos importante, darle las gracias por no haberme bautizado.


Instantánea 2
Nuestra ballena
3 de septiembre

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