miércoles, 5 de noviembre de 2014

4 de noviembre

A mis diecinueve años todavía no me conozco lo suficiente y me descubro día a día como alguien nuevo en muchos aspectos. En otros sigo siendo la misma, pero, el aprendizaje es lo más emocionante que me dan los días.

A mis diecinueve me he descubierto como una mujer más introvertida de lo que creía. Como una mujer que cada día necesita más estar sola. Ni me gusta, ni me disgusta, simplemente así es. Me descubro como una mujer a la que le gusta pensarse, reflexionarse, a ella y al mundo que la rodea. Y por suerte o por desgracia, a las personas que la rodean. Me he descubierto como una mujer que ha aprendido tarde que es imposible complacer a todo el mundo, que es imposible hacer el bien en los demás sin sacrificar algo demasiado valioso. Pero eso, creo que es algo en lo que me queda todavía por aprender.

Me descubro como una mujer a la que saludar por la calle le parece incómodo pero que puede mantener conversaciones de horas con esa misma persona a la que no se atreve a saludar. Me descubro como alguien que trata de sonreír con el fin de transmitir su conformidad con los acontecimientos tanto a ella como a los demás. Como si todavía no me lo creyese, como si estuviese convenciéndome a mi misma de algo que, por primera vez, creo estar haciendo bien conmigo misma. Porque así es, a mis diecinueve años he descubierto lo que en pequeñas dosis me hace feliz.

Son muchas cosas y eso ya lo sabía mucho antes. Pero, ahora soy capaz de numerar unas pocas bastante comunes en la vida de cualquiera. Me encanta ducharme nada más levantarme, me ayuda a despegarme las sábanas de la piel y los sueños de las pestañas, me encanta desayunar tostadas y que lo primero que tome sea un zumo de naranja, adoro lavarme los dientes durante minutos, con los ojos cerrados, sin pensar en el tiempo que pase, hasta que me apetezca parar, me encanta esa sequedad que todo el mundo considera odiosa después del aclarado; me encanta ponerme los calcetines y las bufandas, llevar el pelo metido por detrás en las chaquetas; me encanta llevar mis botas y mis jerseys, que cubran mis muñecas, me encanta que llueva y leer en el autobús (no siempre me ha gustado pero esa es otra historia) al lado de la ventana helada y empañada de madrugada, me encanta leer con la luz del sol de la mañana de frente también, me encanta centrarme en mi trabajo y no distraerme (cuando eso es posible) si es que en lo que estoy trabajando me satisface, me encanta comer sola y tranquila, quizá mientras leo (de nuevo) o mientras cojo el móvil (sí), me encanta la sensación que se tiene cuando se calientan las manos heladas al entrar en un sitio templado, me encanta escribir a boli sobre una hoja de papel blanco, cogiendo apuntes a todo correr y que la hora de clase en cuestión vuele como esa diminuta bola sobre esa superficie, volver de nuevo al bus; me encanta mirarlo todo dos veces, quedarme mirando embobada a la rama de un árbol, me encanta encontrar cosas curiosas a las que sacarles fotos, curiosas y no tan curiosas, sí, simplemente sacar fotos (para muchos absurdas). Me encanta llegar a casa, si es persiguiendo a la luna mejor que mejor, y quitarme los pantalones, quedarme en bragas y bailar (cualquier cosa en bragas me gusta en realidad en cualquier momento del día), tener tiempo de ver una película antes de irme a dormir es algo que me encanta, cenar de desayuno, tomarme una infusión y sobretodo quitarme las gafas para dormir.

Me doy cuenta, para bien o para mal, que esas pequeñas cosas en dudosas ocasiones pueden hacerse en compañía de alguien. Pero, sé que si las hago con alguien que las disfruta conmigo esas actividades pasan de encantarme a ser innegables placeres para mi.

Porque, por otro lado a mis diecinueve, me he dado cuenta de que todas estas cosas también las habría hecho a mis diecisiete pero he tardado en reunir el valor para apartarme del barullo y escucharme a mi misma decir: quiero comer sola, quiero leer en el autobús, no me gusta saludarte y no me gusta hablar por hablar. A mis diecinueve he sido capaz de caminar para mi más a menudo a lo largo de las semanas que transcurren sin muchas novedades a mi al rededor pero con un millón de descubrimientos dentro de mi, como pequeñas explosiones.

A mis diecinueve he de decir que no se trata de solo un numero, sino de unas personas y unas circunstancias, quizá incluso hasta un grado de madurez (y de soledad también) que no había tenido jamás. Así que a mis diecinueve sigo dando las gracias como lo hacía a mis diecisiete pero con razones, estas razones que dejo aquí esta noche de tormenta con un noviembre casi sin abrir.

Necesito a alguien para pisar hojas secas
Qué bien me vendría un perro


4 de noviembre tenías que ser.

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