domingo, 21 de diciembre de 2014

Falar

Bien, hoy es el primer día de las entradas diarias que me he propuesto escribir estas "vacaciones" con la temática de la fotografía y poniéndome como reto el tratar de mejorar mi espectro de escritura, pero antes de empezar, quería hablar de algo que poco tiene que ver con una fotografía inspiradora.

Me quedan cuarenta y ocho horas de frenética actividad para encontrar dos regalos. Solo dos, aunque quizá debieran ser tres. Este año no lo he hecho tan mal, en esta sociedad, para anticiparme al caos de los últimos días antes de Navidad y empecé hace algo menos de un mes. Pero aun así, aquí estoy y esta es la razón:

Me gusta regalar cosas, me gusta gastar el dinero en estas tonterías para ver la sonrisa e intercambiar abrazos, palabras, cariño. La verdad, me cuesta menos que gastar el dinero en mi misma, bastante menos. Lo veo más útil y agradable. Pero aún así, para este mundo, no hago suficiente. Porque, los regalos ya no se hacen para intercambiar sino para cumplir, doy por hecho que así será en todas las familias. Toneladas de papel de regalo, toneladas de plásticos y cartones o porexpan de embalaje malgastados para objetos que probablemente queden guardados sin uso dentro de otra caja y otro embalaje. Porque eso es lo que suele pasar con los pendientes, pulseras, collares y bolsos que me regala mi familia.

No es que sean cosas horribles, es más son bonitas, son cosas elegidas con la mejor intención del mundo, pero que carecen de significado para mi. Carecen de utilidad además y... son un gasto de tiempo, dinero, esfuerzo y materiales que no sirve ni para intercambiar abrazos. Me hiela por dentro, pero otro año más me dejo llevar a regañadientes y acabo comprando bolsos, pañuelos y libros vacíos y carentes de palabra.

Me veo a mi misma desconcertada y nerviosa porque no sé en que gastar y no entiendo nada. No sé por qué he de comprarle algo a un niño que tiene mil y un juguetes que luego no usará porque ya tiene una tele, no sé por qué he de comprarle algo tan personal como una bufanda a una persona que vive a unos mil setecientos kilómetros y con la que a penas hablo al no estar aquí, no sé por qué he de sentirme obligada a regalar cuando me gusta tanto hacerlo por gusto.

Porque esa es otra, probablemente lo que más me duela en realidad, mi familia se ve obligada a regalarme algo a pesar de no conocerme de nada, se expone a esto mismo cada mes de diciembre, a esta sensación de desconcierto al no conocerme y al no saber qué comprar. No soy fácil, yo lo sé, no soy una chica a la que le complazcan unas planchas nuevas o una colonia. Tampoco es fácil comprarme ropa o unos guantes. Obviamente no queda bonito un sobre de dinero bajo el árbol "toma cómprate algo que te guste que no soy capaz de comprarte yo."

A pesar de toda la tristeza que me produce esto no me gusta decir que odio la Navidad. Me gusta pensar que hay familias que se reúnen después de largo tiempo y ganas de verse los unos a los otros, cosas que contarse y objetos útiles que les trajeron a la mente a esa persona en concreto. Familias para las que sí es triste despedirse y decirse adiós.  

Pero quería decir que en mis casa este año todo será igual que el anterior, que el año que viene todo será igual que este, y que la caja que tengo guardada con los pendientes se me va a quedar pequeña cuando siempre llevo solo uno. 

Eso sí esta vez hay un invitado nuevo en mi pequeña propia Navidad.
Del consumismo os hablé hace ya tiempo, no me quiero repetir, 
esto como otras cosas todos los años siguen igual.

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