lunes, 2 de julio de 2012

El último baile

Oscuridad. Bailaba en la oscuridad. Era una bailarina cuyo resplandeciente latido la acompañaba al ritmo de las ráfagas de brisa en el cielo. Continuaba su ruta como cada noche. Algunas brillaba, porque el recuerdo del sol la alumbraba desde el corazón. Otras se oscurecía, porque la luna la amarraba entre sus brazos fríos y polvorientos. Pero ella bailaba, bailaba y bailaba. Todas las noches. Sin faltar. Pero una de ellas, una de esas frías noches de otoño en las que el viento ululaba entre los juncos del lago, la estrella, esa bailarina, resplandeció como nunca. Resplandeció tanto que sus piernas le fallaron. El sol la llenó tanto, la sacudió tan fuertemente, que cayó. Cayó tan velozmente que la estela que dejó tras de sí, pareció rasgar la bóveda de seda que tejió una vez el viento, esa seda azul profundo que algunos osaron bautizar como Cielo. Cayó tan estrepitosamente que no le dio tiempo a bailar en ningún sentido. Quizá si hubiera pensado antes de caer habría podido calcular y caer entre los nenúfares, en lugar de caer sin control sobre uno de los innumerables charcos que salpicaban la tierra que rodeaba el lago.

Por fin llegó al suelo. Cayó de espaldas. Era tan diminuta que se hundió en el charco. El agua era dulce. Nunca había sentido tal cosa. Era… Relajante. Era como si el mundo se hubiera parado. Sintió como cada una de sus extremidades flotaba en el agua. Esa agua que mil veces había visto caer desde las nubes. Rozándola. Arañándola. El agua la cegó. Sus hermanas brillaban deformes en el cielo, como si miles de espejos las abrazasen. De pronto, sintió que le faltaba algo. No podía respirar. Trató de avanzar hacía la superficie pero no pudo. Estaba inmóvil. Y sus brazos… ¡Sus brazos! Ya no estaban sus brazos. Estaban desapareciendo en el agua. El polvo de la luna se lo estaba llevando el charco. “¡Es mío!” Decía la estrella: “¡Es mío!”. Estaba desapareciendo. Estaba desgastándose. 

Y por una vez sintió como su corazón lloraba. Lloraba porque la luna ya no era suya. Se le estaba escapando y ella no podía hacer nada para evitarlo. Pero había caído. Por culpa del sol ella había caído. Y ya la luna en ella no estaba. Así que por qué vivir. Por qué brillar. Por quién bailar si ya a la luna no la tenía para ella… Por qué… Por qué… Y la estrella dejó de latir en el fondo de aquel oscuro charco. Porque la luna de sus brazos, aquella noche la había soltado. 

Alguien le había robado a la estrella su más preciado, esférico, misterioso, blanco, brillante y polvoriento deseo.      
    



P.D; ¡Texto ganador del Concurso de inicio del Blog de Elefante Conspicuo!
Espero que os guste a vosotros también y que lo disfrutéis 
como parece que hizo Lorenzo. 
¡MUCHAS GRACIAS! :D

1 comentario:

Lucia's Box dijo...

Te diría que te he echado de menos, pero yo también he estado ausente. Aunque ahora que he vuelto, me he dado cuenta de que me apetecía leerte,mucho.
Felices vacaciones, supongo que en eso me excuso yo.